A medida que crecía, luchaba con la idea de abrazar mi identidad indígena. Mi familia es ojibwe, de los Chippewas de la Primera Nación Rama, cerca de Orillia, Ontario. Nuestra cultura siempre fue importante para nosotros, pero la guardábamos para nosotros mismos. Temíamos no pertenecer.
Cuando falleció mi “gookomis”, que significa abuela, nuestra familia de Rama incentivó a mi madre a obtener nuestro “estatus de indígena” y regresar a casa. Nos entusiasmaba la idea de volver a conectar con nuestro legado y nuestra comunidad. Mi madre tardó casi diez años en obtener su estatus, y luego mis hermanas y yo hicimos lo mismo.
Cuando regresamos a la comunidad, nos sentíamos como impostores que reclamaban una herencia que no era verdaderamente nuestra. Cuando mi madre obtuvo su estatus, lo primero que escuchó fue “bienvenida a casa”. Tuve una experiencia similar cuando la hija del cacique me saludó y dijo: “¡Oh, sí, otra mujer anishinaabe de ojos claros!” La reacción nos sorprendió a mí y a mi familia, pero de la mejor manera.
Después de eso, empecé a incorporar elementos de nuestra cultura a mi vida cotidiana. Me parecía algo natural. Tengo un estante en casa donde guardo mi vestimenta de ceremonia, un paquete con los elementos de banquete, los regalos de los ancianos y nuestras cuatro medicinas sagradas: el tabaco para la gratitud, la hierba dulce para el equilibrio y la fuerza de la comunidad, la salvia para la protección y la energía positiva, y el cedro para la limpieza y la seguridad.
Mi posesión más preciada es mi falda de cintas, que simboliza mi condición de mujer y mi conexión con la Madre Tierra. La hice yo misma en una clase de artesanía tradicional en Rama, donde también hice mis mocasines y joyas. La clase se llama de manera apropiada “El arte de pertenecer”.
Durante el proceso para obtener mi estatus y reintegrarme a la comunidad, me di cuenta de que he dejado que otros definieran mi “identidad” durante demasiado tiempo. He tenido que “demostrar” constantemente mi pertenencia a través de factores externos como conocer el idioma, asistir a ceremonias, tener vestimenta de ceremonia y lograr el estatus de indígena. Pero también he aprendido a asumir la responsabilidad de permitir que mis propias inseguridades moldearan mi “identidad”.
Ahora acepto que no solo me identifico como indígena, sino que soy indígena. Y todavía tengo mucho que aprender de mi propia cultura. Estoy segura de que tampoco soy la única. Soy una de los aproximadamente 476 millones de indígenas de 90 países con 5,000 culturas distintas.
Dado que el 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, es importante recordar que las Naciones Unidas establecieron este día para concientizar sobre los derechos de los indígenas y protegerlos. Este es el momento para comprender y romper barreras.
Con la adopción de mi herencia indígena, adquirí más confianza y empatía. Intento practicar esta empatía cada día a través de mi trabajo, en la planta de Deco Automotive de Magna, donde contamos con empleados de diferentes culturas. Comprendiendo a los demás y sus historias, he forjado grandes relaciones con la esperanza de inspirar a otros a hacer lo mismo.
Todo el mundo tiene una historia y hoy reconocemos las historias indígenas. Simplemente pido que nos acerquemos a ellos con la mente abierta y los escuchemos.
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